jueves, 6 de septiembre de 2012

Septiembre. La rentrée et le metro.

A veces me comporto intencionadamente como si fuera tontita. A veces me meto tanto en el papel que hasta cuela. Una pena que el teatro no sea solo mentir, y que mentir no siempre sea teatro.
Lo que quiero decir es que, si no me fuese lo de hacerme la tonta, habría tenido que quitar la sonrisa y mirar con asco a lo que parecía una entrañable ancianita cuando me ha dicho que "el metro de Madrid... vuela".

A mí, me disculpen, me cansa volar de pie. Cualquier cosa que combine estatismo y de pie, vaya. Así que he entrado en el metro y me he sentado en el suelo, joder. Un poco por todo, ¿saben? Porque no me gusta estar de pie, porque de pie en el metro me gusta aún menos, porque había un costrosillo ya sentado entre el tumulto, porque él había sido el primero y porque el tumulto lo miraba mal (como una definición gráfica de lo metafórico de mirar desde arriba).

El costrosillo, que me esperaba para pasarme el relevo, salió enseguida del vagón.

Las miradas me señalaban, todas, la del nuevo tumulto. Y la del nuevo costrosillo.

Esta vez el costrosillo vestía camisa y pantalón beige.

Ocupó la vacante, y yo me bajé del tren.

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